Compartimos con
ustedes Los ojos de Paola, un cuento
corto del escritor italiano Gabriele Romagnoli, extraído del libro Navi in bottiglia, con una ilustración llamada Melancolía, del artista mexicano Roberto Portillo Georgge. Recibimos con mucho
gusto sus comentarios o peticiones futuras y siéntanse libres de contárselo a
quien más confianza le tengan, total, la lengua es como un vaso de agua… no
debería negársele a nadie.
Los ojos de Paola
No puede dormir. Hay algo que lo
atormenta. Pero no logra entender qué es. Sucede que lleva dos horas dando
vueltas en la cama, él, que como dice Paola, suele dormir a pierna suelta. La
mira, durmiendo de lado. De la mata de cabellos obscuros ahora teñidos, surge
en la semioscuridad la forma de su mejilla, suave y lozana. Sus grandes ojos se
esconden tras los párpados, pero Ducio se los imagina azules, medio grises a
causa de los años. Y repentinamente entiende. Fue aquella tarde. Exactamente
hace veinte años. La tarde en la que traicionó a Paola. Y encima, con la esposa
de un amigo suyo muy querido. Luego regresó a casa, se bañó, comió con ella, bromeó,
vieron la tele.
Cuando se fueron a dormir, él se
quedó dormido de inmediato. Y entonces es así como funcionan las cosas, pensó
al despertar: ningún remordimiento, ningún cambio. Se puede traicionar y salir
librado, hasta consigo mismo. Se puede convivir tranquilamente con los propios
pecados.
No lo volvió a hacer. Incluso se le había olvidado que hubiera pasado. Ahora se acuerda. Mira a Paola y le da ganas de gritar. Ella se levanta, lo ve sentado sobre la cama. “¿Qué tienes? ¿Por qué estás despierto?”, le pregunta. “Tuve una pesadilla”, responde él. “Soñé que te engañaba con Franca, ¿te acuerdas? La esposa de Giorgio”. Ella se da la vuelta hacia el lado de él. Le acaricia la mano. “Gracias por decirle pesadilla”, le dice. Él sonríe, se recuesta nuevamente. Ella le sigue acariciando la mano y él se vuelve a dormir de inmediato. Se apagan las luces de la plaza de afuera. Ahora la recámara está obscura. En la oscuridad, los ojos de Paola están abiertos. Un poco menos azules, un poco más grises.
No lo volvió a hacer. Incluso se le había olvidado que hubiera pasado. Ahora se acuerda. Mira a Paola y le da ganas de gritar. Ella se levanta, lo ve sentado sobre la cama. “¿Qué tienes? ¿Por qué estás despierto?”, le pregunta. “Tuve una pesadilla”, responde él. “Soñé que te engañaba con Franca, ¿te acuerdas? La esposa de Giorgio”. Ella se da la vuelta hacia el lado de él. Le acaricia la mano. “Gracias por decirle pesadilla”, le dice. Él sonríe, se recuesta nuevamente. Ella le sigue acariciando la mano y él se vuelve a dormir de inmediato. Se apagan las luces de la plaza de afuera. Ahora la recámara está obscura. En la oscuridad, los ojos de Paola están abiertos. Un poco menos azules, un poco más grises.
Non può dormiré. Qualcosa lo tormenta. Ma non riesce a capire cosa. Fatto
sta che da due ore si rigira nel letto, lui che, come dice Paola, dorme a
comando. La guarda, addormentata sul fianco. Dalla massa dei capelli scuri, ora
tinti, emerge nella semioscurità il profilo della guancia, ancora piena e morbida.
I suoi grandi occhi sono nascosti dalle palpebre, ma Duccio li immagina,
azzurri, appena ingrigiti dagli anni. E d’improvviso capisce. È per quel
pomeriggio. Esattamente vent’anni prima. Il pomeriggio in cui tradì Paola. Con
la moglie di un suo caro amico, per giunta. Poi tornò a casa, si fece la
doccia, mangiò con lei, scherzò, guardarono la tv. Quando andarono a letto, lui
si addormentò subito. Dunque è così che vanno le cose, pensò, al risveglio:
nessun rimorso, nulla cambia. Si può tradire e farla franca, anche con se
stessi. Si può tranquillamente convivere con i propri peccati.
Non l’ha più fatto. Aveva perfino dimenticato che fosse accaduto. Ora
ricorda. Guarda Paola e vorrebbe urlare. Lei si sveglia, lo vede seduto sul
letto. “Cosa ti sucede, come mai sei sveglio?” domanda. “Ho avuto un incubo” risponde
lui. “Ho sognato che ti tradivo con Franca, sai, la moglie di Giorgio.” Lei si
gira dalla sua parte. Gli accarezza la mano. “Grazie per averlo chiamato
incubo” dice. Lui sorride, si sdraia nuovamente. Lei continua di accarezzargli
la mano e subito lui si addormenta. Si spengono i lamponi nella piazzetta. Ora
la stanza è buia. Nell’oscurità gli occhi di Paola sono aperti. Un po’ meno
azzurri, un po’ più grigi.
Traducción: Mónica Badillo